miércoles, 26 de febrero de 2014

La Casa Positivista: Mon Oncle, Jacques Tati.

Hay una pelicula que resume fantasticamente la arquitectura y la ciudad de mediados de siglo XX, por lo menos en sus dos extremos más reconocibles. La película Mi Tío (Mon Oncle), de Jacques Tati muestra los contrastes entre dos mundos, dos maneras de vivir y de entender la ciudad y la arquitectura que a fines de los años '50 se superpondrían violentamente.
Uno es el mundo de la modernidad exagerada por un optimismo futurista, como llegó (o regresó) a Europa de la mano de la reconstrucción de posguerra y el otro está representado por la ciudad tradicional.
Esos dos mundos están representados en la película de Tati en tres niveles diferentes: El habitante, su casa y su entorno cotidiano, o el barrio.






Un niño va a ser el conector entre estos dos mundos completamente diferentes. Él vive en el barrio moderno, en una casa moderna y tiene una familia moderna. Al otro lado está el tío del niño, Monsieur Hulot representado por Tati, que vive en la parte antigua de la ciudad, en una casa antigua. La afilada mirada crítica de Tati marca en cada escena las diferencias entre esos dos mundos en un contrapunto incesante.



La Villa Arpel es una burbuja positivista cerrada al exterior mediante un muro que la separa del resto del barrio. Solo un gran portón para el coche la conecta con la ciudad. La casa de Tati en cambio es un complejo laberinto de viviendas, escaleras y pasillos donde dificilmente se pueda escapar de la mirada, el saludo, la conversación casual, en fin del contacto social con el barrio. La casa forma parte del barrio.



Al frente de la casa moderna y encerrado entre sus muros se encuentra un jardín meticulosamente diseñado hasta el más mínimo detalle, hasta el punto de dificultar cualquier actividad que se quiera realizar en él. Una imagen clara que se refleja en el constante aburrimiento del niño cuando está en su casa. En contraste, el patio de la casa de Tati es el barrio mismo. Los niños del barrio se reúnen y juegan en solares vacíos o entre los coches en la calle.






Mientras la “eficiencia” parece ser la palabra que expresa la casa moderna, con sus mecanismos electrónicos a distancia y los electrodomésticos omnipresentes en la vida familiar; es la “ineficiencia” la que se retrata en el barrio antiguo en donde nadie parece hacer lo que tiene que hacer: el verdulero vende desde una mesa de un bar a unos cincuenta metros del puesto de verduras, el barrendero no barre ,etc. Sin embargo la mirada es crítica y la eficiencia termina siendo inconveniente cuando más de una vez los artefactos no responden a sus amos.



Sería imposible describir cada escena de esta película en un post, a la vez que innecesario, ya que mejor recomendaría que la vieran porque realmente vale la pena hacerlo.



“…El espacio ha quedado cuantificado, transformado en producto de la disección del movimiento, de la geometría y la matemática. El espacio apenas existe como tal: será entendido como la res extensa de Descartes en la que se despliega la visibilidad de una familia igualitaria, eficiente, saludable, trabajadora…Todo lo que implica el espacio deriva en moralismo: su transparencia es represiva, vinculable directamente a la diafanidad y visibilidad pública del Panopticón de Jeremías Bentham. No queda en la casa lugar ni rincón, para la desviación, para el aislamiento o el gozo. El espacio fluido de la modernidad positivista está asociado a la vigilancia, implica una total vinculación de la cuestión del espacio a una finalidad edificante…en el espacio moderno lo privado se expone, lo doméstico se anula, lo íntimo se castiga…”

Iñaki Ábalos. La Buena Vida. Barcelona, 2000, GG



Odisea.